Por propia experiencia, conozco el precio de buscar las respuestas. Cuanto más misterioso e intrincado sea el enigma a descifrar, más alto será el precio a pagar por ello, y más intrincado y complejo será el camino a recorrer.
Es más, puede que incluso, nos cueste la vida. No vamos a entrar en el porqué esto es así, ni en otras disgresiones metafísicas. Simplemente, está constatado el hecho de que las cosas suceden de esta manera, desde tiempo inmemorial. Y esto es común a todas las disciplinas llamadas científicas. En prácticamente todas las áreas del conocimiento, los autores, refieren todo tipo de dificultades. Desde la incomprensión de sus colegas y contemporáneos, hasta el “castigo” por parte de la ideología dominante.
Cualquiera que se haya adentrado en este tipo de cosas, lo experimenta. Los autores herméticos, suelen advertir al principio de sus escritos, a lo que se arriesga todo aquél que se adentra en esta senda. En la antigüedad, este conocimiento se denominaba secreto, que con el correr del tiempo se volvió sagrado. Y pasó a ser patrimonio exclusivo de las castas sacerdotales. En las razas más primitivas, se les llamaba hechiceros.
El conocimiento se transmitía exclusivamente, de maestro a discípulo, una vez que el aspirante se había hecho acreedor, y se comprometía absolutamente.
Esto puede resultar extraño hoy en día, pero lo cierto, que las cosas han funcionado de esta manera, desde tiempo inmemorial.
Una vez hechas las oportunas advertencias, nos ofrecemos como guía, a todo aquel que tenga el valor de adentrarse en este camino. Ya sabemos a lo que nos arriesgamos, pero la recompensa, es entrar en un camino, en el que quedaremos satisfechos, y encontraremos todas las respuestas.
Desde luego, no es algo para obtener exclusivamente satisfacción intelectual. Los beneficios están en la aplicación práctica de estos conocimientos. Y, sin duda, el principal logro está en su aplicación a la salud. La arrogancia de la ciencia contemporánea, con sus aplicaciones tecnológicas, nos llega a convencer, de que los hombres antiguos no sabían nada en comparación con nosotros. Sin embargo, cuando profundizamos en ello, guiados por el maestro adecuado, la sorpresa es mayúscula. De hecho, se constata que no eran pueblos que buscaran la Verdad, sino permanecer en ella.
Naturalmente, es imprescindible adentrarse en la historia verdadera, para alcanzar esta comprensión.
En estas páginas, nos proponemos asesorar a todo aquél que esté interesado en profundizar en estos temas. Sabemos que es imprescindible desprenderse de los correspondientes prejuicios, ser osados y luchar contra corriente. Una mirada sincera, nos revela que el sufrimiento del ser humano actual, es considerable. Todo ello, a pesar del deslumbramiento producido por los “avances” de la ciencia y la tecnología.
Llevados por el impulso investigador, recurrimos a la historia. En esta primera entrega, reseñaremos el origen.
Pues bien, la etimología de medicina es, Ciencia de los Medas. Hay que aclarar, el hecho histórico, de que en aquellos tiempos, había dos pueblos dominantes. El egipcio, y el persa, o medo. Ambos desarrollaron ideologías, con sus consiguientes paradigmas. Persia era conquistadora e invasiva. Por el contrario, Egipto era un pueblo, beneficiado por las subidas y bajadas del río Nilo. Ello les proporcionaba comida abundante. En definitivo, riqueza. Ambos paradigmas dieron lugar a diferentes planteamientos en el “arte” y ciencia de la curación.
A España, llegaron y florecieron ambas tendencias. Después de la expulsión de judíos y musulmanes, depositarios de las dos tradiciones, el conocimiento se dispersa en los lugares de acogida de los desterrados. Y, por último, los dos paradigmas científicos, triunfan y se desarrollan según las condiciones socio-políticas.
Así, en Centroeuropa, conviven ambos paradigmas. Homeopatía y alopatía.
Y, por último, un comentario. Solamente hay una medicina eficaz: aquella que realmente cura.